Traidor

Traidor
Evitando el ablande.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Soy

Soy vicio en la necesidad
soy samurai en el corte.
 Lluevo sobre ustedes desde muy arriba,
como maná desde el cielo
pero sin ser notado
siendo olvidado desde siempre.
 Caigo como seda,
como brisa,
y mi voz ni se nota,
pero estoy entre todos
y me quedo. De algún modo, me quedo.

De todos soy alimento,
soy la sed de la resaca en el desierto,
soy el amanecer para el somnoliento.
Estoy pero ya me he ido
y sin embargo permanezco
como el dios que desconocen
como el aire que respiran.
 Soy pétalo, soy murmullo
soy el trueno y el gemido.
Paso a paso estoy llegando
para decir:

He venido.

lunes, 11 de agosto de 2014

Varicela



La Unión Democrática había planeado una gran marcha para el 19 de septiembre. El día era agradablemente tibio. Desde la mañana, las varias delegaciones iban llegando a la plaza del Congreso. Yo marché con los escritores. Había también representantes de los actores, los músicos, los plásticos, los estudiantes, etc. Antes de dar la vuelta a la gran plaza apareció Enrique Amorim, muy agitado, anunciando que los primeros contingentes ya estaban llegando a la Recoleta, donde debía terminar el desfile. Pero pasaron casi dos horas antes de que pudiéramos ponernos en marcha. Esto era promisorio. Los grupos que avanzaban por la calle Callao se atascaban antes de llegar a la Recoleta.

Victoria Ocampo marchó al frente de un grupo de estudiantes.

Fue entonces cuando, por primera vez en Buenos Aires, la gente empezó a arrojar papel picado sobre los manifestantes, como es costumbre en Estados Unidos. María Rosa Oliver, del Comité de Redacción de Sur y futura ganadora del Premio Lenin de la Paz, me contó todos los pormenores del desfile, que ella presenció desde un balcón. Yo marchaba entre Eduardo Mallea y Leónidas Barletta. Este último, que pronto habría de unirse a la izquierda ortodoxa, arengaba a grupos de muchachones mal vestidos, sentados en los bancos de la plaza o trepados a los faroles, con expresiones cerradas y hostiles en las caras. Barletta gritaba: «¡Vamos, muchachos! ¡únanse a las filas de la democracia!».

Las expresiones se volvían más enfurruñadas.

Fue un gran despliegue. El gran despliegue de una parte de la Argentina, la Argentina de la cultura, la que había sido representativa hasta ese momento, la Argentina que tenía el rostro que habíamos presentado al mundo. El otro rostro, el «verdadero», iba a mostrarse el 17 de octubre, veintiocho días después. Y este rostro estaba destinado a ser el de la Argentina. Cuando la máscara finalmente cayó, los rasgos que estaban detrás ya no tenían ningún parecido con la cara que se vio el 19 de septiembre de 1945.

Ese despliegue que nos pareció efectivo y era tan sólo un desfile en el vacío, no contó con la presencia de Borges.

El motivo era muy sencillo: había tenido un ataque de varicela, una forma benigna de esta enfermedad infantil. Haciendo una excepción, le telefoneé esa noche para comentar el éxito de la marcha. Él ya había sido informado por su madre, Bioy Casares y Amorim. Como estaba forzado a permanecer en casa, me pidió que le visitara al día siguiente. Acepté. Nunca he temido a los contagios y, además, ya había tenido la varicela.

Después de aquel almuerzo que yo había tenido con su madre, no había recibido nuevas invitaciones. Doña Leonor no había manifestado ningún deseo de verme de nuevo y yo tampoco deseaba verla. Sin razón aparente, sin vernos, sin haber intercambiado una sola palabra, nuestra mutua antipatía iba en aumento. Pero ese día fui a tomar el té con los Borges.

Georgie no estaba en cama y tenía puesta una bata en vez de la chaqueta habitual. No tenía pústulas en la cara.

Estela Canto, Borges a contraluz.

lunes, 31 de marzo de 2014

Media hora de silencio




1

Las blancas nubes
                                llegaron
              como aves
                                y el sol se ocultó.

Sopló el viento
                        y bailó
                        sin sonido
                                     la copa del árbol.

El claro manantial
cesó en su eterno brotar
y la piedra se secó.

El pequeño zorro gris
sabiendo de qué se trataba
                                   corrió a su escondite.

Las olas
             lamieron
la arena
por última
vez.
       Luego
                 se aquietaron.

Los peces
                 del río
                            nadaron.

La roja rosa
             roja
floreció
            junto a la
                           gruta.

El gorrión
                de suaves plumas
infló su
            pecho
sin cantar.

Asustada
               huyó
 hacia el
             monte
    la serpiente.

La langosta partió
                       dejando atrás
el árbol
             pelado. La
estación
              de las flores
                                   ya
no
        volvería.

Venía
          el Cielo,
tragaba
             el Fuego
que  no  descansa.


2

Venía,
           tragaba,
                         estaba presto.

Se estremeció
               calladamente
la tierra de los hombres.

La urbe detuvo su andar,
el
    grillo
             cantó
                       sólo
                una
         vez
más.

El temor
cubrió los corazones.

Cada madre
                    buscó a
                                 su hijo.

Dejó su arma
                      el cazador
y el alegre bebedor
                               volvió a su casa.

El esclavo
dominó
su pánico
y contempló
sus              pesadas
cadenas.
               Sonrió.

Miró el hombre
                         al Hombre
y comprendió.
Su espíritu
                  permaneció
                                      quieto,
expectante.

El rumor zumbante
                           de la plegaria
se apagó
                y enmudeció
la candela
                 en el templo.

                                      El

mendigo             ciego
aliviado                 oyó
aquel               silencio
          de media hora.

3

Venía,

          como ladrón en la noche.

Siete templos cayeron

                                    sin estrépito
                                                       como estrellas
y sólo una columna quedó muda
                                                    y en pie.

Una piedra blanca

                             diminuta
con un nuevo nombre escrito en ella
                                                          rodó
                                                                 hasta los pies del justo
revelando así
                                                                 el secreto.

El suelo devolvía a las antiguas viejas olvidadas enterradas generaciones, resucitadas luego de siglos de tormento sin esperanza, de paz incomunicable a los vivos, de anhelo, y luego de décadas de amores, odios, hastío y violencia, hambre y frustraciones, siglos y siglos y siglos de aislamiento. Y cada demonio reclamaba su parte y trabajaba en llevar agua a su oloroso molino. Y había lucha, porque los ángeles no cedían en su empeño y su acero rebanaba miembros que caían sin vigor en ningún lado crispados aún, y había fuego y luz y sombras, porque de la luz viene la sombra; lucha resignada porque al final, no estaba en ellos el obtener la victoria o caer derrotados porque ya todo había sido decidido y escrito en otros tiempos y aún los perdedores, estúpidamente, habían estado de acuerdo. Y esto era negado por los primeros necios, aunque los demás corrían a orar, y los que poseían la esperanza en el signo sonreían sin sorna, con reposada beatitud.

4

Y los objetos quedaron inertes
                                                 olvidados
                                                                 por sus dueños,
                          algunos
                                       suspendidos
                                                            y otros
                                                tirados.
La materia cambiaba.

Y ya todos sabían
oían la música en su interior,
miraban, buscaban,
elevaban la visión
y caminaban hacia allí.


Y la bóveda gris se agrietó.
Y la luz surgió como rayo.
Y estando repleto el monte,
el signo magno apareció
y el que escudriña las entrañas
                                                   y también los corazones
se adelantó
                   envuelto en silencio

                             y dijo:
He llegado.