Traidor

Traidor
Evitando el ablande.

viernes, 18 de enero de 2013

Charla de mascotas


-¿Brasileras?
-Sí, brasileras, blancas, de este tamaño…
-Pero hay que ser un boludo para ir a comprar justo ahí…
-¿Y qué querés?
-Ta bien que te compres un jogging, una camiseta de fútbol, ¿pero un caniche toy?
-Les dan esteroides, anabólicos, no sé qué mierda, y quedan infladitos, vos ni te das cuenta. El hocico medio que les desaparece, están mofletudos. Te los llevás a tu casa en una cajita, porque la gracia de esos perritos es que son así, mínimos, y entonces, recién ahí, ves que hay algo que no es normal.
-¿Quién te contó?
-Le pasó a mi cuñada. Se lo llevó a sus pibes. Estaban chochos. Pero al poco tiempo, no sé, un par de horas, van y le dicen “Ma, le pasa algo al perro este”. “¿Qué le pasa?”, dice ella. “No ladra, ¿no?”, les dice enseguida a los pibes, ya dándose cuenta de que en todo el viaje el caniche no había ladrado ni una puta vez. “No, no”, le dice la más grande, “No es eso, es que está caminando por la pared de la cocina”.
Luis se ríe y Julio toma un sorbo de café. Sigue:
-“Bueno, debe estar saltando”, piensa y dice ella casi al mismo tiempo, pero a la vez está pensando en que el bicho no ladró ni una sola vez desde que lo compró. Y los pibes le dicen “no, no, no está saltando, está caminando por la pared”. Entonces va a la cocina y el caniche hijo de puta está arriba de la mesada, parado en dos patas, mordisqueando una manzana de la frutera. Y ella va y lo agarra y lo vuelve a guardar en la cajita y les dice a los chicos “a este perro le pasa algo, así que no lo jodan”.
Julio vuelve a tomar café.
-¿Y entonces?-, dice Luis.
-Cuando llega mi hermano a la casa, quiere ver el perro nuevo, y ella le dice otra vez lo mismo que a los chicos: “a este perro le pasa algo”. Mi hermano va hasta la cajita, abre y ahí está el bicho, sin ladrar, sin hacer nada, acurrucado. “Vamos al veterinario”, dice mi hermano. Entonces van y lo llevan y mi cuñada le dice al veterinario “a este perro le pasa algo” y le cuenta que los chicos dicen que caminó por la pared. El veterinario lo revisa y le dice “esto no es un perro, es una rata”.
-¡Qué hijo de puta!
-Y ahí les dice que es una rata brasuca y todo lo otro.
-¿Y qué hicieron con el bicho?
-Lo tiraron a la mierda por ahí, capaz que ya se murió o se fue a vivir a los caños. O a lo mejor lo juntó algún otro pelotudo y todavía piensa que tiene un caniche toy en la casa.
-O sea que hasta los caniches son truchos en La Salada.
Ahora el que se ríe es Julio, que contesta:
-Y sí…
-Bueno-, salta Luis. –A una vieja que vivía arriba de lo de mi vieja también le pasó algo, no parecido, distinto.
Julio agarra un sobrecito de azúcar del plato y sonríe. No dice nada.
Luis sigue:
-Vivía sola la vieja. Y se compró o le regalaron una boa. De esas constrictor. Le daba de comer todos los días. La tenía suelta por la casa, viste, esos bichos son enormes, no los podés tener en una pecera. Al principio todo bien con la víbora. Hasta dormía con ella, en la cama. Pero al tiempo la vieja empieza a notar un par de cosas raras como que la víbora se come cualquier cosa. Ella entra a la cocina y la encuentra comiéndose paquetes de fideos. Pero enteros, con envoltorio y todo. Latas, rollos de servilletas. Cosas así. La boa empieza a comer más y más, cualquier cosa come.
-¿Y la vieja?
-La vieja se preocupa un poco. “A lo mejor se está queriendo purgar”, piensa. Y le habla por teléfono al hijo, que vive afuera, en otra provincia, para que cuando venga a visitarla la acompañe al veterinario a ver qué le pasa, porque ella sola no puede ir con ese pedazo de animal. “No te preocupes”, le dice el hijo. “Yo voy en dos semanas y la llevamos”. Bueno, la vieja se queda tranquila. Mientras tanto, va notando que la boa, a la noche, se le acomoda todo a lo largo del cuerpo. ¿Entendés?
-No, ¿cómo?
-Claro, la víbora ya no duerme enroscada, como antes, duerme pagada a ella, estirada al lado de su cuerpo.
-Ah, sí, sí. Dale.
-“Debe estar buscando calor”, piensa ella, que ya está encariñada con la boa. Esto se lo comenta al encargado, que es el que se lo dice a mi vieja. Bueno, pasa el tiempo. La vieja sigue esperando que llegue el hijo a la ciudad. Mientras tanto, la boa come como la puta madre y se va haciendo más grande, va engordando. Llega un punto en que es casi tan larga como el alto de la vieja.
-¿Voy pidiendo la cuenta?-, interrumpe Julio.
-Dale, si lo ves al mozo…
-Bueno, ¿y?
-Bueno, al final llega el hijo un buen día. Primero toca el portero eléctrico y no le contesta nadie. Abre la puerta de calle con su llave y justo se cruza con el encargado, que lo conoce, y le pregunta si su madre salió a la calle o algo así. El encargado le dice que la verdad es que hace varios días que no la ve. El hijo sube hasta el depto, toca la puerta, por convención nomás, y ahí abre con su llave. El encargado va con él recorriendo las habitaciones de la casa, llamando a la vieja en voz alta. Cuando llegan a la pieza la encuentran. La boa ya tiene casi todas las piernas adentro de la boca, ¿viste cómo dilatan la boca para comerse un antílope?, bueno, así. La vieja no se mueve. Después del primer susto, entre el encargado y el hijo a la boa la hacen cagar a cuchillazos, a palazos, no sé.
-Y la vieja con las piernas hechas mierda, me imagino…
-Sí, calculo que sí. ¿Pero entendés? La víbora la había estado midiendo todo ese tiempo y había estado engordando para comerla. Y la vieja toda encariñada, preocupada por la salud del bicho.
-Y la encuentran justo a tiempo…
-No, ¡¿qué justo a tiempo?! Cuando el hijo y el encargado la encuentran, la vieja ya cagó fuego en ese momento, porque la boa antes de comerte se te enrosca alrededor del cuerpo y te estrangula, te hace mierda los huesos, te asfixia. Tendrían que haber llegado un día antes por lo menos.
-Jodido-, comenta Julio sonriendo, y levanta la mano mirando al mozo. Cuando el mozo le devuelve la mirada, él le dice:
-¿Me cobrás?

miércoles, 2 de enero de 2013

Un sueño muy particular


Corría el año 1910. La Argentina del Centenario se entregaba al opulento y despreocupado sueño de ser, como dijera Rubén Darío, el granero del orbe. En aquel mismo año, David Alleno, un cuidador del cementerio de la Recoleta de origen genovés, cumplió, él también, su propio sueño de abundancia: tener una tumba en el cementerio.
 
Durante años había ahorrado con esfuerzo y muchas privaciones cada peso de que había dispuesto y, al fin, había conseguido reunir la suma necesaria para la construcción de la tumba. Entonces, viajó a Italia y encargó al escultor Canepa la confección de una estatua de sí mismo, vestido de cuidador, delante de una escoba y una regadera, y con un gran manojo de llaves en una de sus manos. Luego, la hizo traer a la Argentina y la colocó, con mucho cuidado, en la bóveda que había adquirido.

A algunos les pareció un acto genuinamente aristocrático, a otros, un gesto de soberbia desmedida, y a otros, simplemente un apuro, el que, una vez terminada la construcción de la tumba, Alleno se suicidase para poder ocuparla.